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Del asistencialismo populista a un modelo de oportunidades

El asistencialismo es un modelo ineficaz para combatir la pobreza y las desigualdades. Uno de los daños más graves que genera es la destrucción gradual de la capacidad y la motivación productiva.

Estamos de acuerdo en que se necesita una estructura social y económica que disminuya las desigualdades con medidas de nivelación social que pueden ir desde una renta básica hasta bonos de alimentación, gratuidad en servicios públicos básicos, en acceso a educación y salud, etc. El problema está cuando esto es administrado perversamente para manipular a la población, chantajearla y hacerla dependiente del gobernante.

El asistencialismo es un modelo ineficaz para combatir la pobreza y las desigualdades. Uno de los daños más graves que genera es la destrucción gradual de la capacidad y la motivación productiva, por no hablar de lo insostenible y costoso que el modelo se vuelve con el tiempo. Normalmente, el costo que pagan los pueblos que han dejado instalar modelos asistenciales es el de tolerar gobiernos autoritarios, sostener burocracias inoperantes y perder libertades a cambio de la asistencia y el bono. En este modelo, a los ciudadanos les ocurre lo que al personaje bíblico Esaú: venden su primogenitura por un plato de lentejas. Y es que cuando un modelo de dependencia y asistencialismo avanza hay un estancamiento social, una renuncia al progreso y una vulnerabilidad a la manipulación política.

El asistencialismo no se debe confundir con la redistribución de la riqueza. En la medida en la que una sociedad progresa, debe haber una distribución de lo ganado y se deben priorizar a los menos favorecidos. Esta redistribución tiene que hacerse apuntándole a los factores determinantes de las desigualdades y desventajas sociales, nutricionales, económicas y educativas, entre otras. Se trata de la vieja regla de maximizar la riqueza para maximizar el bienestar. Maximizar en el segundo propósito es distribuir. Algunas empresas comprometidas seriamente con esto tienen modelos de distribución de las utilidades entre sus trabajadores, sin necesidad de que sean socios o de que se trate de una cooperativa de asociados.

Corren tiempos en nuestra ciudad en los que quienes la gobiernan han querido gradualmente deteriorar la estructura productiva y el tejido social, radicalizar y ahondar las crisis, abandonar programas y políticas sociales estructurales, establecer un relato de pobreza en el que ellos son generosos y dadivosos repartidores de regalos, bonos y subsidios. ¿Todo esto a cambio de qué? De lo que hace a un ciudadano poderoso en una democracia: de su voto. “Si quieren seguir recibiendo el subsidio nos deben apoyar para seguir defendiéndolos”, les dicen a las comunidades. Yo me pregunto ¿a quién le sirve entonces la pobreza? ¿Quiénes se benefician del hambre y la miseria de la población? Lo quiero decir claramente: le sirve a quienes con intención agravaron la crisis para cultivar un modelo de necesidad y dependencia a las migajas que reparten en pleno año electoral.

Estos personajes parece que entendieron muy mal aquella frase del Evangelio que dice: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros”. No hay nada mejor para mantener a los pobres más pobres y siempre con ellos que la política del regalo, del subsidio y del asistencialismo chantajista. ¡Mucho cuidado!

Columna pubicada en El Colombiano el 27 de mayo de 2023.

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