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Para ningún habitante de la ciudad de Medellín es indiferente la cantidad de personas: hombres, mujeres, niños y niñas que están en las calles pidiendo plata.

Adultos mayores sentados todo el día en una acera esperando una moneda, mamás indígenas con dos y tres niños, jóvenes en los semáforos, hombres y mujeres que muestran por fuera el caos de la vida que el consumo de estupefacientes les hizo por dentro. Hay hambre, necesidades básicas sin satisfacer, situación de calle, desplazamientos por violencia en los territorios, migración, abandono estatal y muchas otras maneras de nombrar las causas que llevan a las personas a la mendicidad. Pero también es cierto que hay otras historias detrás de cada persona que pide plata en la ciudad de Medellín.

Un secreto a voces asociado a la mendicidad es el alquiler de niños y niñas para llevar a cabo esta actividad y despertar la compasión del transeúnte; el cinismo es tal que hay quienes le llaman a esto “trabajo” y niños y niñas son instrumentalizados. Imaginémonos por un momento qué futuro tendrán estos niños. Pensemos qué pasará por sus mentes cuando se enteren que fueron usados por sus padres. Todo está mal en esta red de abusos que ocurre ante nuestra mirada y silencio. Degradan la niñez hasta el mercantilismo y atentan contra todos sus derechos.

Pero lamentablemente el panorama y la casuística son más amplios. En las calles encontramos a mujeres con niños pequeños a la intemperie pidiendo una moneda que, al final del día, deben entregar por exigencia a sus parejas. Muchos de los casos de mendicidad de mujeres indígenas y extranjeras tienen esta estructura de explotación. Como vemos, mujeres y niños están en la primera línea de la explotación y el abuso que se esconde detrás de la limosna.

Este triste paisaje se completa con adictos que necesitan satisfacer su consumo, adultos mayores que muestran historias clínicas y fórmulas médicas para tratamientos que no requieren, hombres y mujeres con varios perritos que piden para su mantenimiento y que sospechosamente están dormidos todo el día. En fin, la creatividad aflora a la hora de pedir dinero explotando a otros y apelando a la buena voluntad de quien se deja conmover por lo que ve.

La mendicidad ha existido siempre. Generar lástima es un recurso muy humano, para buscar atención y ayuda. Se conocen casos de personas que a través de la mendicidad han hecho fortunas. En la entrada al Vaticano hay quienes se disfrazan de ancianas temblorosas pidiendo una moneda por “el amor de Dios”. Esto ha existido toda la vida porque toda la vida hemos dado esa moneda.

Hay organizaciones, fundaciones y programas sociales dirigidos a la recuperación de los habitantes de calle y en condición de mendicidad y centros de protección para los adultos mayores, adictos y para niños y niñas. Es a esos centros a donde debemos dirigir nuestra ayuda y solidaridad. Por otro lado, la Alcaldía debe reconocer la problemática y crear más programas sociales eficaces que cobijen y al alberguen a estas personas con dignidad. Muchas lo necesitan realmente. Si reconocemos que lo que hay detrás de esa moneda que damos es una problemática social compleja y nos replanteamos el darla, ayudaremos un poco. Si al mismo tiempo exigimos a las autoridades y a la administración que actúen responsable y estructuralmente en la protección de los derechos fundamentales y se hagan cargo integralmente de la situación, salvamos vidas. Hay algo más que un decreto para cumplirlo y ese algo es la mirada del otro que nos convoca al cuidado y a la responsabilidad con él. Porque ese otro también soy yo.

La belleza ayuda a curar el dolor del mundo, Rosa Montero.

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