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Seis ollas grandes en las que cabía un rastro completo de carne, gallinas y otras cosas más entre las que se contaban verduras y hortalizas. Así aparece registrado en el Quijote, en las bodas de Camacho, lo que podría ser el pariente lejano del sancocho, los cocidos, los sudados y otros platos tradicionales. Una comida de toda la vida, popular, que representa la abundancia, pero que es la sumatoria colectiva de ingredientes y trabajo. Un sancocho es una olla comunitaria que representa celebración, fiesta, solidaridad en la escasez, unidad, vecindad, donación y trabajo colectivo.

Podríamos pensar en todo lo que hay detrás del sancocho tradicional de los barrios, cuadras y calles de nuestra ciudad y encontraríamos no solo miles de historias, sino también una expresión de lo que puede lograr la solidaridad comunitaria a la hora de congregarse alrededor de la olla. Hay cuadras que tienen dentro su inventario de propiedades comunes la olla grande del sancocho. Con sancocho se edificaron parroquias y casas comunales, se sostienen grupos de tercera edad, de recreación para niños y toda clase de obras que son expresión del esfuerzo que debe hacer una comunidad abandonada por el Estado en lo fundamental. Las papas, la yuca, el plátano, las carnes, el espinazo, “los aliños” y uno que otro ingrediente exótico y hasta psicotrópico son riquezas que muestran la diversidad sociocultural que compone a los barrios de Medellín. Pero ¿qué más está detrás del sancocho? O mejor, ¿quiénes pueden estar detrás de los sancochos?

Hay un personaje que aparece cada tanto y que no es sacado del Quijote de la Mancha precisamente, sino de nuestra fauna política local. Se trata del político que aparenta sencillez y cercanía popular. Quiere hacerse ver como si fuera de barrio o perteneciera a las clases humildes y trabajadoras. Financia, ojalá con recursos propios y no públicos, toda clase de sancochadas con eslóganes de campañas. Pica la cebolla sin llorar manteniendo una sonrisa postiza, habla parlache y “choca los 5” con los más jóvenes, abraza a los niños y reparte él mismo el sancocho. Le gusta ser admirando por su sencillez y buen corazón y acompaña sus sancochos con grupos musicales.

Lo que hay detrás es una precarización de la política. Reaparece una subvaloración de la ciudadanía, un intento por comprar voluntades, un mensaje de “me los compro con sancocho porque yo soy de barrio”, una muestra de un gobierno de saqueo y despilfarro público, una idea de que a la ciudadanía popular se le puede engañar simulando ser uno de ellos y un desconocimiento de lo mucho que ha avanzado la población de Medellín, por fortuna, en autodeterminación e inteligencia política. Sin embargo, en los barrios nos son tontos y saben, incluso, lidiar con estos personajes y embaucadores de oficio que quieren el poder para gastar lo que le pertenece a la gente. No comprenden estos invitados que la fuerza no está en financiar un sancocho en un barrio, sino en el barrio mismo y en sus gentes que son capaces de sobrevivir a políticos que se disfrazan de humildes, pero ven inferiores a los pobres.

El Quijote regañó a Sancho por adular a Camacho por semejante banquete de olla: “¡A Camacho me atengo!”, dijo Sancho mientras sorbía el caldo. Los ciudadanos de Medellín serán más sensatos que Sancho y a la sabiduría de don Quijote se atendrán y no a ningún “Camacho” de sancocho en barrio.

Esta columna de opinión salió publicada en el periódico El Colombiano: https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/que-hay-detras-de-un-sancocho-IN19728312

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