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Los sueños de Ebis

Ebis remanga su uniforme, sintoniza una emisora de vallenato y comienza a lavar un Logan del 2018 con extremo cuidado. Comienza por las alfombras y no se olvida de los pequeños espacios que quedan entre las sillas y las puertas. Luego limpia los ductos de la calefacción y aire acondicionado y así sigue hasta que el vehículo queda viéndose como si fuera nuevo, como si nadie, jamás, lo hubiese utilizado.

Aprendió el oficio en la terminal de buses de su pueblo natal, Nechí, ubicado en la subregión del Bajo Cauca de Antioquia y la depresión Monposina. Se vino para Medellín después de unas fiestas de la Virgen del Carmen, y antes de obtener trabajo con la estación de servicio de Colombia, tocó puertas en el centro, en Guayabal, en Aranjuez y en la calle San Juan.

“Es difícil que una mujer consiga un trabajo como este, pero yo tuve suerte porque la que manda en el lavadero es una mujer, y creo que entendió mis deseos”, cuenta Ebis, quien no supo, hasta que cumplió los 18 años, que Nechí, en lengua indígena, significa “oro puro”, y cuando la profesora del colegio la regañó por esa falta de cultura general, respondió: “Y cómo voy a saber eso profe si en mi familia todos somos pobres y nunca hemos visto nada de oro”.

Calixto y Libia son sus padres, y tienen una tienda allá en Nechí. Ebis, quien ya tiene esposo y dos hijos en Medellín, se fue para el pueblo cuando comenzó la pandemia, y se ganó la vida ayudando en la tienda de sus padres y pescando uno que otro bagre en el río Nechí.

El coronavirus la obligó a aislarse cuando apenas había cumplido tres meses trabajando, por lo que sus días se tornaron incómodos y pesados.

Trató de conseguirse otros trabajos, como mensajera o empleada doméstica, pero sus intentos fueron en vano, pues todo mundo andaba con miedo a contagiarse con el virus mortal.

“Por eso me fui para Nechí y me quedé tanto tiempo, aunque siempre mantuve la esperanza de regresar a Medellín y retomar mi trabajo”, confiesa la joven, quien no pasó del bachillerato, pero aún piensa en estudiar secretariado, o mecánica automotriz, si es que la vida y la pandemia se lo permiten.

Su trabajo lo hace siempre con guantes, tapabocas, mucho desinfectante y agua. A veces siente que no puede respirar, y entonces se aleja para despojarse del tapabocas y descansar. Se demora una hora, máximo, lavando un carro, y a diario lava unos cinco o seis. Le pagan el mínimo, más prestaciones, y con eso es feliz.

A veces también le dan bonos de mercado, y entonces puede llevarles “mecatos” a sus hijos.

Ebis, que antes soñaba mucho, ahora sólo quiere que se acabe la pandemia y todo vuelva a la normalidad, para poder ir con su esposo a una playa en la Costa Atlántica, y quedarse allí, sobre la arena, hasta que el sol se ponga.

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