Follow Us On

Los dolores de María

En su natal Aragua, allá en Venezuela, María Pedrero tenía casa, trabajo y la posibilidad de jubilarse como secretaria. Sin embargo, la crisis económica y política de su país la obligaron a dejarlo todo y buscar un nuevo destino.

Uno de sus hijos había fallecido y dos más habían emigrado a Argentina, persiguiendo el sueño de ser músicos.

Sola, María llegó a Medellín en octubre de 2018 y, para sobrevivir, tocó puertas en fundaciones sin ánimo de lucro. Algo obtuvo, pero no lo suficiente, de modo que, en 2019, finalizando el año, montó una chaza de chicles y cigarrillos en el centro de Medellín, cerca del Gran Hotel, en la Oriental con Caracas.

La lucha por el espacio con otros venteros ambulantes hizo que moviera de lugar un par de meses, hasta febrero del 2020, cuando pudo retornar a su esquina. Sin embargo, poco le duró la dicha, pues con el comienzo de la cuarentena, en marzo, tuvo que refugiarse en un inquilinato, junto a decenas de venezolanos y colombianos que también andaban con el “cristo de espaldas”.

“Usted no sabe lo que lloré. Lloré y lloré muchos días, extrañando mi Venezuela, mis hijos, mis amistades. Pensé que me iba a morir de llorar”, cuenta la señora de 58 años de edad.

Hace apenas tres meses que pudo volver a ubicar su chaza, pero la clientela se ha reducido mucho y las deudas han seguido creciendo sin parar. Debe dos meses de arriendo y más de 100 mil pesos de almuerzos en un restaurante cerca a su hogar.

Le gustaría irse, ¿pero para dónde?

Según Migración Colombia, en Colombia hay alrededor de un millón 750 mil venezolanos, todos huyendo de la crisis del país vecino.

En Medellín, según cifras con corte en abril de 2020, hay cerca de 90 mil. Pero cuando se caminan las calles, pareciera que esas cifras se quedan cortas, pues la percepción es que son miles de venezolanos los que habitan la capital antioqueña, y ocupados, en su gran mayoría, en trabajos informales.

Hay zonas de Medellín, como el sector de El Hueco, donde el único acento es el venezolano. Venezolanos quienes venden la ropa, quienes venden jugos, chicles, quienes peluquean, quienes venden hortalizas y relojes, venezolanos los que atienden en los almacenes y los que hacen de meseros en bares, billares y cantinas.

María es una de esos miles y, aunque quiere irse, por ahora no puede porque debe recoger lo suficiente para pagar las deudas.

Espera, como todos, que los contagios por el coronavirus no sigan en aumento, porque cada vez que se decreta un toque de queda y un cierre del comercio, se ve profundamente afectada, y no sólo en el bolsillo.

“Me deprimo mucho, he tenido que acudir al médico varias veces, porque siento que se me va el aliento, que no puedo más”, dice la señora, esperando con paciencia, en su esquina del centro, a que alguien le compre una caja de chicles o alguna chocolatina, y que de paso le dejen las vueltas, o cualquier peso, para ir sumando lo del arriendo y la comida.

Por: Mauricio López .

Related Posts

Leave a Reply