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La presión psicológica en estado de pandemia

Camilo* tiene 13 años y es alumno de séptimo grado en una institución educativa de Medellín. Vive cerca del colegio, a menos de dos cuadras, y cuando se sube a la terraza de su casa puede ver, detrás de una hilera de árboles de mango y algunos carboneros, retazos de los muros de ese edificio en el que ha estudiado desde que tenía 10.

Andrea* es su profesora, desde sexto, y con ella y con sus compañeros ha venido adelantado un proyecto de memoria, un proceso de desintoxicación del alma: la escritura de diarios. Se inspiró, la profe, en ejercicios históricos como los de Ana Frank, Frida Kahlo y Joseph Bau, narradores que sus alumnos han ido conociendo poco a poco, como cuando se aprende a caminar.

Camilo, quien estuvo reacio a escribir cualquier cosa cuando se propuso la estrategia, ahora es quien más llena hojas y hojas en su diario, un cuaderno argollado con la figura de un motociclista en la portada.

Lo empezó a llenar cuando comenzó la cuarentena obligatoria por el coronavirus, y renglón a renglón ha venido desahogándose; derramando en ellos toda su amargura, toda su melancolía.

“Mejor escribir que consumir”, dice el menor de edad, quien durante 2018 y 2019 tuvo episodios depresivos por causa de las drogas alucinógenas, a las que sucumbió por puro afán de escapar de la pobreza en que vive, y porque, aunque joven, siente que sus sueños se aplazan cada vez más.

“En el barrio todos consumen, incluso mi mamá lo hace, desde que perdió un bebé, un hermanito”, confiesa Camilo, experto en mecánica de motos, y quien es reconocido por jugar muy bien basquetbol. También sabe tocar guitarra y compone letras de rap, aunque no las canta.

“Yo no quiero desperdiciar mi vida. Dejé de consumir en 2019, pero la cuarentena lo pone a temblar a uno, lo deprime, y dan ganas, por eso lo de los diarios me gusta, porque me distrae y me hace recordar todo lo malo que viví en las drogas”, expresa el estudiante.

Todos los días se conecta a las clases a través de las plataformas Meet y Zoom. También utiliza el WhatsApp para comunicarse con sus compañeros y su profesora. Los extraña, los quiere abrazar, quiere al menos conversar, como lo hacían antes, en el patio de descanso mientras hacían fila para comprar gaseosa en la tienda.

“Ahora se puede salir, más o menos, pero no es lo mismo. El colegio hace falta, esa rutina era bacana. Antes uno no valoraba eso, pero ahora sí”, dice Camilo, quien también escribió eso en su diario.

En los colegios oficiales de Medellín, según datos de la Administración Municipal, el 27 por ciento de los alumnos han dicho que la principal dificultad para seguir con los estudios se debe a la pobreza, y el 6 por ciento se ha referido a la desmotivación. Además, 2279 estudiantes de Medellín han sufrido violencia psicológica durante la cuarentena y 14792 violencia intrafamiliar. 3442 han padecido violencias sexuales, 2790 negligencia y abandono, y 2379 han intentado suicidarse.

*Esta es una historia basada en hechos de la vida real. Los nombres y datos han

sido cambiados para proteger la identidad e integridad de los entrevistados.

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