Hay una estrecha relación entre la poesía y la pintura. Ambos artes precisan de delicadeza, paciencia y sensibilidad. Las mejores obras son siempre las que surgen de los más puros sentimientos y, Estela Tabares, manizaleña de 52 años de edad, es puro sentimiento.
Aunque nació en la capital de Caldas, Estela se vino con sus padres para Medellín a la edad de 9 años. Llegaron directo a El Salvador, barrio añejo y entrañable donde los boleros, los tangos y los porros se confunden en un único acorde.
Desde que tuvo edad suficiente, su padre, Joaquín Antonio, le encomendaba cada año la pintura de la casa y, la niña, siguiendo paso a paso las recomendaciones de su progenitor, dibujaba líneas perfectas por las paredes y los zócalos del hogar, hasta que se hizo experta.
Joaquín falleció y Estela, al igual que sus diez hermanos, empezó a armar vida aparte. Se casó y tuvo dos hijos, y para ayudar con la economía hogareña comenzó a trabajar en costura y en encuadernación.
Tras la separación de su esposo, la artista buscó nuevas oportunidades y un día le pidió a un cuñado, Víctor, que la llevara a trabajar a una obra de construcción, una casa en el alto de Las Palmas.
“Él al principio desconfió, pero luego me vio trabajar y me siguió llevando. Él me enseñó a resanar, a estucar y a revocar. Luego aprendí a enchapar, pues me gusta todo lo que sea obra blanca”, cuenta Estela, a quien sus compañeros siempre le han demostrado admiración, debido a su esfuerzo y a su responsabilidad, pero sobre todo por su calidad en el enchape.
“Me tocaba volear rachuela, almádana y hacer mezcla. Tenía mucha fuerza y por eso los hombres me admiraban. Nunca viví el machismo en mis trabajos”, comenta esta peculiar maestra de obra que, en los ratos libres, además de jugar con su nieta Sofía, se dedica a escribir poemas.
“Soy muy romántica, me gusta mucho escribir. Incluso tengo un libro que escribí con mucho esmero”, destaca Estela, quien en la construcción encontró otro motivo para expresar sus sentimientos.
Estela, como todos los obreros del sector de la construcción, pasó momentos difíciles debido a la pandemia, pero desde hace tres meses ha vuelto a la calle, al rebusque, y ni sus colegas ni sus clientes se han olvidado de ella.
“Estar encerrada fue duro porque llegaban esos momentos en que había que comprar cosas y pagar otras, y no había cómo. Yo me dediqué a vender cuadros, pequeñas pinturas a los vecinos, y así salvé como dos meses de encierro. Ahora estoy feliz, enchapando otra vez, e incluso he vuelto a escribir poemas”, narra la señora, quien próximamente ayudará a construir una casa en El Poblado.
“Yo ayudo en la parte fuerte, pero luego pido que me dejen la decoración, los enchapes, porque me encanta dejar mi firma artística en cada trabajo”, dice Estela, o Estelita, como la llaman sus compañeros de la construcción.