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La fuerza de la “escobita”

Emilse, aunque no ha pasado ni un solo día en cuarentena obligatoria, sí ha padecido los peores efectos de la pandemia. Su padre, Ramiro, falleció hace un mes, por Covid19, cuando estaba a punto de sobrepasar los 82 años de vida. Emilse tiene 55, y también se enfermó, al igual que sus hermanos y su sobrino, pero, como ellos, se recuperó rápidamente y por eso, desde marzo, no ha parado de trabajar y llevar comida a su hogar.

“Vivimos en una casa en Girardota. Desde marzo hemos decidido estar aislados. Adecuamos la casa para que cada uno de los que allí vivimos tengamos un espacio aparte de los demás, con un plato, una taza y una cuchara para cada quien, y con usos de baño y cocina programados. Todos usamos tapaboca dentro de la casa, y todos tenemos gel y alcohol para desinfectarnos”, cuenta Emilse, quien labora como “escobita” de las Empresas Varias desde hace 16 años.

“Obtuve ese empleo gracias a mi hermano Leonardo, el mayor de la familia, quien lleva toda la vida en esa empresa. Él me recomendó y gracias a Dios me dieron el trabajo”, explica la señora, madre de un hijo mayor de edad y solitaria, desde que tenía 30.

Convivir con el coronavirus no ha sido fácil ni para ella ni para el resto de su familia. Cuando se decretó la cuarentena obligatoria, sólo ella tenía permiso para salir. Los demás tuvieron que resignarse con lo que ella pudiera llevarles, cada mes, con el sueldo mínimo que se gana barriendo las calles de Medellín.

“Cada mes tenía que mercar para todos, renovar los implementos de aseo y los tapabocas. No sé cómo estiré la plata, pero funcionó”, expresa Emilse.

Para colmo, entre ella y su hermana Miriam, que tiene diabetes, se encargaban de las necesidades de Ramiro, mientras estaba vivo, y de María, una hermana con discapacidad cognitiva. Fueron meses de mucho aplomo, de mucha paciencia. Luego, cuando les permitieron a los obreros de la construcción retomar sus actividades, otro de sus hermanos, John, pudo colaborar con la economía del hogar, y todo empezó a fluir, hasta la muerte del papá.

“Fue muy doloroso para nosotros porque él era muy vital. Le gustaba salir a caminar, a conversar y a tomar tinto. Tenía el deseo de ser enterrado en un ataúd fino de color caoba, y con una camisa blanca y de botones, pulcra. Quería irse bonito. Pero nada de eso le pudimos cumplir, porque lo metieron en una bolsa y lo cremaron, por culpa del virus, y nosotros no pudimos ni despedirnos”, narra con melancolía Emilse.

Pasado el duelo y menguado el dolor, la familia trata de salir adelante, pero con todas las precauciones. Recientemente, otra de las hermanas, que sabe de peluquería y maquillaje, ha empezado a trabajar a domicilio, y sus hermanos Pedro, Rafael y Guillermo, también están colaborando con rentas semanales para mantener en pie la numerosa familia.

Emilse también sigue trabajando, con ánimo, de 6 de la mañana a 2 de la tarde, recorriendo las calles de Medellín con su escoba y su caneca. Ella limpia las vías de la capital antioqueña y a veces también, cuando nadie la ve, se limpia las lágrimas que caen por sus mejillas debido a los recuerdos de su padre. Entonces piensa que, en estos tiempos de angustia, bastante habría ayudado la presencia de la mamá, Rosalba, quien siempre les dio fuerza, desde que vivían en Cañasgordas, pero quien se marchó prematuramente hace cinco años, por problemas del corazón.

“Este año ha sido una prueba muy dura para todo el mundo, yo, al menos, tengo trabajo y hermanos para distraerme de la realidad”, expresa Emilse y luego sonríe, aplicando un poquito de la fuerza que le enseñó a tener su mamá.

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