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La enfermera de las calles del centro

Con dos trenzas cargadas de chaquiras y una sonrisa de niña de 15 años, Jenny del Carmen Corrales Pérez recorre las calles de Medellín ataviada con un camisón blanco, esos de enfermera, un tensiómetro, un glucómetro y una pesa. Les toma la presión a los clientes de bares, cantinas y restaurantes y, asegura, ha descubierto cáncer y diabetes, únicamente mirando los registros de sus aparatos.

Llegó a Medellín hace 32 años, cuando apenas tenía 21. Llegó buscando a su abuelo, el médico urólogo Jorge Eduardo Pérez Estrada, ya fallecido, al cual no había visto nunca.

Jenny nació en Cartagena, estudió enfermería en Barranquilla y trabajó en la Clínica del Caribe un año, antes de venirse para la capital antioqueña, empujando a su mamá, Luz Pérez Aguilar, que tampoco había visto a Eduardo en años.

El médico, al borde de morir, agradeció aquel gestó y les heredó su fortuna, pero Jenny se distanció de su madre, sin querer recibir un solo peso, y comenzó a rebuscarse la vida por sí sola. Se quedó en Medellín y comenzó a trabajar en las calles.

“Yo siempre llevo mi diploma de enfermera, y por eso la gente me quiere, porque sienten que presto un servicio serio, profesional”, dice Jenny, quien vive sola, desde hace 14 años, pues su hija Enilse, que ya tiene 31, hace mucho se marchó de su seno.

“Eso es normal, que los hijos se vayan, y yo no me lamento, porque, la verdad, vivo muy sola”, expresa la mujer, quien nunca para de sonreír, ni siquiera en estos tiempos de pandemia.

“Yo vivo en un inquilinato y pago 17 mil pesos por noche. También debo rebuscarme la comida. La verdad, me encerré apenas un mes, pero luego empecé a salir, porque ya no podía con las deudas”, confiesa la cartagenera, quien cobra mil pesos por tomar la presión y dos mil por el nivel de glucosa. A pesar de esos precios tan bajos, le va bien, quizás por su carisma, pero de lo que se hace a diario, irremediablemente, debe guardar la mitad.

“Todos los días debo comprar jeringas nuevas, alcohol y jabón, o tapabocas. Me cuido mucho, y cuido a mis clientes. Y en todo eso se me van unos 20 mil diarios”, explica.

Hoy día se ven pocas personas que vivan de tomar la presión y de medir el nivel de glucosa. A Jenny la buscan seguido mujeres venezolanas, que le piden que les enseñe el oficio, para también ellas ganarse la vida, pero ella prefiere no hacerlo.

“Esto es algo serio, yo me gano la vida así porque estudié, pero una persona que no sepa puede causar un daño peor”, señala.

La pandemia del coronavirus no la ha afectado. Tampoco se sintió mal en los días de encierro. Jenny es feliz ejerciendo su labor, aún en su soledad, y agradece a sus pacientes que lo hacen posible. De su familia sabe poco, pero dice que, quizás en febrero, irá a visitarlos.

Por: Mauricio López

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