Además de la crisis por la pandemia, hay familias que tienen que lidiar, diariamente, con otro infierno: la cárcel, ese purgatorio al que caen muchas personas, expulsadas de la vida en libertad por algún error, grande o pequeño, que, como en el caso de Juan Daniel Raigoza, no sólo destrozó su propia familia, sino también las de sus víctimas.
La historia de Juan podría ser la de cualquiera de las 2.507 personas que permanecen en los centros de reclusión transitoria de Medellín y de otros municipios del Valle de Aburrá, lugares en los que solo deberían estar por un tiempo máximo de 36 horas, mientras se les resuelve su situación jurídica y que, por tanto, no están acondicionados para un encarcelamiento prolongado, ni mucho menos para garantizar condiciones de higiene y seguridad para prevenir el contagio por Covid-19.
En su huida, el 22 de julio de 2019, el joven Juan Daniel Raigoza, quien acababa de robarse un carro, se metió en contravía por una calle y atropelló a un motociclista que, tras el golpe, rodó por una pendiente y falleció. Después del accidente, la Policía capturó a Juan Daniel y lo puso de cara ante la justicia.
El joven fue sentenciado a 16 años de prisión y fue enviado a la cárcel Bellavista. Lleva 15 meses y algo más en ese centro penitenciario, alejado de su madre, María Daniela Ayala, de sus hermanos, de sus amigos. Juan Daniel jamás había tenido un problema judicial, jamás se había robado nada, jamás se había enfrentado a la Policía.
Vivía junto a su madre, pues su padre lo había abandonado y, para colmo, los demás familiares, por parte de padre y madre, no lo querían. Así que eran ellos dos, madre e hijo, luchando juntos, mano con mano, para sobrevivir. Ella trabajaba en un hogar geriátrico y él iba de almacén en almacén, ganándose menos del mínimo. La plata les rendía y vivían, en cierto modo, felices.
“Todo se puso muy mal cuando nos quedamos sin trabajo. Nos tocó irnos a vivir donde mi mamá y allá él no se adaptó. No lo querían, y mis hermanos lo echaron. Entonces se fue de la casa y durmió varios días en la calle. Allá conoció gente mala y mire en lo que terminó todo”, cuenta María Daniela, quien tiene 58 años y vive en otra ciudad.
“Me alejé de Medellín porque esa fue la única forma de conseguir trabajo. El señor que me dio empleo, en un almacén, me paga 600 mil pesos mensuales y el arriendo donde vivo. Con eso trato de ayudarle a mi hijo en Bellavista, porque allá todo cuesta plata”, narra la señora, quien sufre de dolores por reumatismo y no tiene visión en el ojo izquierdo debido a un accidente a los cuatro años de edad.
María Daniela necesita de Juan Daniel y él necesita de ella. Mientras estaban juntos la vida les sonreía con más frecuencia, pero desde ese error cometido por el joven, todo se derrumbó. La señora se alejó de la casa de sus familiares y Juan Daniel se la pasa en soledad en la cárcel, sin posibilidad de recibir visitas y sin dinero para granjearse una mejor estadía en esa prisión. Por si fuera poco, en algunas ocasiones, a los presos se les entrega comida en descomposición y, a los más vulnerables frente al Covid-19, no se les garantizan medidas dignas para su cuidado.
“No lo veo desde el 2 de marzo, y a él lo llevaron para la cárcel el 5. Días después comenzó la cuarentena por el coronavirus, y a ellos los aislaron, los alejaron de sus familiares y seres queridos. Sé que él sufre mucho, pero no me cuenta, porque él siempre me prometió salir adelante y ayudarme a tener una vejez digna, y le molesta haberme incumplido”, explica María Daniela.
Juan Daniel siempre soñó con ser cantante de rap. Ha grabado unas cuantas pistas y canciones e incluso se presentó a varios realitis de canto. En ambos concursos avanzó varias rondas, previas a las audiciones a ciegas, pero nunca llegó a la meta de verse en televisión.
“Él lo intentó, muchas veces. Siempre quiso hacer las cosas bien y seguir el buen camino. Pero el papá lo abandonó y él siempre se ha sentido solo y deprimido. Sólo me tiene a mí, y yo sólo lo tengo a él, pero ahora nos faltamos los dos”, cuenta María Daniela, quien ya no sabe qué camino coger: si volverse para Medellín o seguir lejos de toda esa realidad que la abruma. Para colmo, las nuevas medidas por coronavirus la han afectado, porque su almacén debe cerrar varios días cada mes, lo que le impide trabajar y recibir el sueldo completo. Necesita ayuda, y también su hijo, pero no sabe cómo conseguirla.
Juan Daniel cometió un error, está en la cárcel cumpliendo su condena, y ahora hace parte de las 22.964 personas más de las que soporta la infraestructura carcelaria colombiana. El hacinamiento, que ahora se ha hecho aún más cruel por el virus, es la realidad de miles de colombianos que hoy son víctimas de sus delitos.
Juan Daniel Raigoza soñaba con ser cantante y ahora, arrepentido por su error, sólo piensa en recuperar la libertad y regresar con su madre.
Por: Mauricio L.