Mariana supo a muy temprana edad, que los monstruos sí existían y que en vez de tener grandes colmillos o garras despiadadas, contaban con enormes sonrisas y miradas aterradoras. No se escondían en su armario o debajo de la cama, estaban ahí, a plena luz del día, compartían el desayuno con ella o le enseñaban a montar en bicicleta.
Mariana supo que la vida real era peor que las películas de terror, donde las sombras y la oscuridad eran el velo perfecto para un ataque; porque en la vida real, no importaba el momento, ni la luz del día, ni el lugar, ella siempre estaba indefensa ante cualquier agresión.
Ella supo que los monstruos se disfrazan de papá, abuela, mamá, tíos; la gente que se supone, debería protegerla. Aún hoy, en su edad adulta, tiene pesadillas, y sus seres “queridos” se convierten en el horror que la atormentó durante años.
Tras años de terapias psicológicas y redes de personas que la ayudaron, Mariana puede hablar de todas estas experiencias, acompaña a las víctimas, busca sanar ella misma a través de la ayuda que presta a quienes han vivido su tormento.
Hasta hace poco, hablar de abuso y acoso sexual era inconcebible. De esta forma la violencia sexual, desatada en múltiples escenarios, el lugar de trabajo, las calles e inclusive en los mismos hogares; en muchas ocasiones era orquestada por la mirada y complicidad de familiares, amigos y sociedad en general; lo triste es que aunque ya no es un tema escondido, aún sigue pasando ante la indiferencia y la crueldad de otros.
A todas estas situaciones se suma el silencio, un enemigo que vulnera aún más a las víctimas y que hace más cruenta la soledad de quienes han vivido una tragedia de esta magnitud.
En los últimos años, los casos de abuso y acoso sexual se han incrementado y paradójicamente vemos que es una buena noticia. ¿Paradójico?, si, porque sabemos que por fin las denuncias están venciendo el silencio. Si nosotros no logramos que este asunto sea público, este flagelo va a seguir afectando cada vez a más personas.
El silencio contribuye a la impunidad de los delincuentes, además de ser una condena injusta para las víctimas. Hoy son muchas las voces que dicen: “¡basta ya!”
Otro panorama desolador en estas situaciones, obedece a que esta problemática afecta en gran medida a niñas, niños y adolescentes. Por eso urge generar espacios en donde se escuchen las denuncias, se garantice el castigo al victimario y no se invisibilice a los más afectados.
Hace unas semanas veíamos horrorizados la imagen de una abuela que castigaba a su nieta porque se quejaba del acoso y abuso sexual que su padrastro hacía con ella, yo me pregunto: ¿qué hacer para proteger a los más indefensos en sus mismos hogares?
En Medellín también hemos estado presenciando múltiples plantones en instituciones educativas, protagonizados por estudiantes que se cansaron de aguantar el acoso de sus profesores.
Según lo informado por las secretarias de educación de Colombia, desde 2018 hasta febrero de 2022, se han reportado 876 casos de abuso o acoso sexual, de los cuales 127 han sido archivados, 684 están en investigación y apenas 65 han sido sancionados.
En el 2021 se denunciaron 43.993 casos asociados a abusos sexuales de los cuales, el 21% tuvo que ver con víctimas menores de edad, de estos, solo el 13% reportados a nivel nacional son llevados ante un juez.
Necesitamos formar a nuestros, niñas y adolescentes para que haya cero tolerancia hacia los actos de abuso y acoso sexual, para que conozcan sus derechos. Como sociedad debemos desde nuestros diferentes roles, protegerlos y reivindicar sus derechos.
No existe justificación alguna para las conductas sexuales indebidas. Debemos esforzarnos por garantizar mecanismos de denuncia que sean conocidos, accesibles y confiables, para que las personas denuncien a sus agresores, pues de lo contrario les estamos pidiendo que salten al vacío.